viernes, 11 de agosto de 2017

CARTA ABIERTA A MI PAPÁ, ALVARO RUÍZ HERNÁNDEZ

Hola papi.
He decidido escribirte una carta. A riesgo de decepcionar a algunos allegados que sugerían que dada las fechas (tu cuarto aniversario de haberte adelantado en el camino, y la proximidad de lo que habría sido tu cumpleaños 87), debía escribir algo en tu honor y al legado que dejaste a la Radio del país y de tu ciudad Barranquilla, a la que tanto quisiste. Sin embargo, recordé que nunca fuiste muy amigo de los bombos y platillos en tus cumpleaños, y me pareció verte haciéndonos advertencias de no ponernos en "vainas de espantajopo" cuando llegaran estas fechas. Así que fiel a nuestra eterna complicidad que ha demostrado traspasar la barrera de la muerte, he hecho caso omiso a las sugerencias de enarbolar tu magistral carrera como libretista, locutor, investigador, periodista y musicólogo, y simplemente obedecer a mi corazón y escribir esta carta para el padre que fuiste.

Desde tu partida, nada volvió a ser igual.
Los días han seguido su curso en aparente normalidad (el inexorable paso del tiempo, dirías), pero en realidad todo cambió, al menos yo no volví a ser la misma. Escribir se ha vuelto más difícil desde que no estás. No sé si por duelo, por franca apatía o por mecanismo de defensa, al saber que mis dedos golpeando con fuerza el teclado tocarían fibras en lo más profundo de mi alma, removiendo recuerdos, añoranzas y vivencias que quedaron impresas de forma indeleble.

Mi memoria tiene un largo alcance retrospectivo, lo heredé de ti. El nítido recuerdo de verte llegar de viaje y abrir la maleta para entregarme en la puerta lo que me habías traído: un par de zapatitos en negro y blanco. Hasta el día de hoy mi mamá sostiene que es imposible que me acuerde pues eso sucedió en 1975, cuando estabas con Caracol Radio y dirigías Radio Tropical, a la vez que en tu calidad de libretista y radio novelista de Caracol Cadena Nacional, viajabas con frecuencia a Bogotá. Fue la época de "Buenas Tardes Doctor" y  "Código del Terror", pero para mí fue la temporada de las brevas con arequipe, la muñeca "de cabello dorado como el sol" y los zapatos del inexplicable recuerdo.

Tuve la fortuna de tener un papá "más disponible" durante mi infancia que mis hermanos. A ellos les tocó lidiar con el hombre que a finales de los 60 y principios de los 70 era una verdadera máquina de hacer libretos para historias tan disimiles entre ellas:" La ley contra el Hampa","Casta de Valientes", "Código del Terror", Riomarilandia, (cuando el furor del Topo Gigio o Tipo Yeyo como debieron llamar al ratón versión criolla por efectos de derecho de autor) y la responsabilidad de "Kalimán" cuando México resolvió no enviar más libretos para la serie y la cadena radial Todelar tuvo que solucionar el problema a como diera lugar. La solución fuiste tú. Tú eras la única persona capaz de hacer que Kalimán siguiera llegando a la radio de los hogares colombianos. Lo siento, prometí no hablar de tus antiguas glorias, pero es inevitable papi, mi historia y la de mis hermanos está ligada a tu trabajo.                                                                          
 El sonido de tu máquina de escribir, la vieja Brother, nos arrulló en las noches y fue la banda sonora de la película de nuestra vida, el olor al café que consumías a litros y al que yo también soy irremediablemente adicta, el humo del cigarrillo en los años en los que Código del Terror te dejó la gloria pero también los nervios alterados que te acompañaron hasta el final, tanto así que cuando en 1985 Caracol Radio volvió a transmitir la que sería la última temporada de Código del Terror, me encargaste pasar a limpio los libretos viejos que estaban guardados en cajas en un cuartito en el patio. No te sentías capaz de enfrentar a los viejos fantasmas que tú mismo habías creado, y yo que no llegaba a los 12 años aún, fui la encargada de transcribir en tu vieja máquina y con papel carbón las copias para todo el elenco Caracol de la Costa del que también hice parte. Así fue como me convertí en un pequeño intento de réplica tuya, tecleando en la vieja máquina, de espaldas a la escalera del segundo piso del apartamento hasta horas avanzadas de la noche, lidiando con brujas, momias y toda clase de espectros y asustándome con cuanto ruido escuchaba a mi alrededor.

No cambiaría nada de lo que viví contigo. Tuve una infancia emocionante,  un papá fuera de serie, que convertía cualquier situación cotidiana en una historia apasionante, como el día en que tuvieron que quitarme a la fuerza el hábito de chuparme el dedo envuelto en un trapo. Mi madre echó el trapo rojo a la basura a mis espaldas y al darme cuenta de su ausencia quise morir de angustia. Tú observaste mi pataleta un rato, paraste un taxi y me llevaste a lo que después supe que era la Fábrica de Aceites donde me mostraste un trapo rojo ondeando en lo alto de la fábrica y con tu modulada voz de locutor y actor radial me narraste una historia fantástica en la que Boreas el viento, se había llevado mi trapito a ese sitio donde pudiera ver toda la ciudad. El berrinche terminó tan abruptamente como empezó y yo te creí cada palabra.

Las mejores navidades fueron las de mi  infancia, pinceladas con las actuaciones en  Retablos de Navidad en Emisoras Riomar y el  sabor del frosomalt prometido como recompensa. No tenía aún los 6 años cuando con paciencia infinita (tuya y de todos los actores) soportaban mis cosas normales de niña pequeña en las grabaciones, y me montaban en un banquillo para poder alcanzar la altura del micrófono.

El vals de mis quince, el de mi boda, nuestros encuentros en los que disfrutábamos de los gustos en común. Tantas cosas y tan poco el tiempo para escribirlas.

Podría seguir siempre, son tantas las anécdotas, lo pasábamos tan bien juntos. Fuimos cómplices, amigos, maestro y alumna, padre e hija, almas gemelas. Tu legado corre con fuerza por mi sangre y la de tus nietos que heredamos tu talento.
Tu voz, que se mantuvo intacta hasta el final al igual que tu memoria prodigiosa, aún resuena en mis recuerdos, en las cintas grabadas y en los audios de Whats App que reposan guardados celosamente en todos los medios digitales posibles. Al reproducirlos es como si el mundo entero se detuviera y sólo existiéramos tú y yo en aquella última conversación que siempre repetirá lo mismo. 

-"Mijita, no dejes de llamarme"
-"Nunca papi, cuídate mucho"










  

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